Prólogo
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Semanas atrás, releí un documento de hace una década, escrito por mi amigo, filósofo, poeta, escritor y ex fraile dominico, Efraín Sigüenza Guzmán; el ensayo es sobre mi padre Gonzalo Godoy, músico ecuatoriano. El escrito de Efraín es un generoso aporte que a ayuda entender el contexto, la cotidianidad de una familia de músicos de un pueblo pequeño; las vivencias de un músico popular quien, desde el coro del templo, la lagartera, las serenatas, el gran escenario, la modesta o lujosa sala de baile, deja huellas en el camino.
Revisando un catálogo musical de la biblioteca digital de la University of California, Los Ángeles, UCLA. Colección Chris Strachwitz Frontera, encontré varios discos de Ecuador, marca Orión; en algunos de ellos interpreta el acordeón mi padre, acompaña entre otros a: Mélida María Jaramillo, el dúo Aguayo Huayamabe, las Hnas. Orbe, etc. En YouTube, los melómanos cada vez suben más y más olvidadas canciones grabadas por mi padre, incluso, inesperadamente he encontrado algunas canciones de su autoría, que no tenía registrado en su catálogo. Él no tuvo una sólida educación formal, académica; apenas tercer grado de escuela. Se formó con su madre Zenobia, con su abuelo Agustín; observando, escuchando a los frailes dominicos, en el barrio; con sus amigos compositores, músicos; en los tempranos viajes a Guayaquil, Colombia; en las bohemias, la radio, el estudio de grabación, el club nocturno. Por las múltiples vicisitudes que le tocó afrontar desde niño, el entorno, las circunstancias, le obligaron a estar atento, presente, alerta, a ser agudo observador, solidario, agradecido; desarrolló una memoria brillante. Sus intensas y directas vivencias con el pueblo le permitieron afinar su sensibilidad, volar, crear, componer, ser libre en la música.
Cada vez reafirmo la valía y el gran aporte de mi padre a la música mestiza del Ecuador. Él ha sido para mí “un libro abierto”, hasta ahora recuerda fechas, día, hora, detalles de personajes, lugares, fiestas, canciones, vestimentas, minucias que para la mayoría pasan inadvertidas. Doña Fresia Saavedra, prestigiosa cantante ecuatoriana, al recordar lo complejo que era grabar un disco, hace siete, seis, cinco décadas, me dijo: “Tú papá y yo sí que nos fajamos. Nosotros nos comimos las peras verdes. Ahora con las grabadoras de múltiples canales, ¡qué fácil es grabar!”.
Tiempo atrás, hace un par de años, leí en las redes sociales una nota de un compositor académico ecuatoriano, quien, lleno de ego, ponderaba su obra y tildaba de “chauchas” a las otras composiciones. Alguna vez fui testigo de cómo un colega músico, burócrata, graduado en el conservatorio de Quito, entregaba un disco compacto de su producción a otro amigo y le decía: “¡Esto es música!”, me pregunto: y las otras músicas, ¿qué cosa son?
Todavía predomina el sesgo cognitivo, la distorsión, el juicio inexacto, la interpretación ilógica e irracional. Enceguecidos por el ego y el triunfo fugaz, hay jóvenes músicos que creen que son los primeros en llegar a la cima del Olimpo, hace mucho tiempo que hubo personajes que ya lo hicieron. Cada generación en su búsqueda y construcción, a veces como fácil estrategia de triunfo, opta por el parricidio y pretende legitimarse, cuestionando estultamente a las anteriores generaciones. Con visiones etnocéntricas, positivistas, hay músicos que menosprecian a la música llamada popular y a sus cultores; ellos, por siglos, no han tenido voz ni presencia en los libros, en la historia oficial, en los diccionarios académicos. Algunos eruditos han tratado de omitirlos, pero la música popular es una música viva, vigente, con la que vibran y se identifican amplios sectores poblacionales. Nuestros mayores merecen respeto; aprendamos de ellos, de sus errores, triunfos y fracasos; ellos no nos hacen sombra, ellos iluminan el sendero.
La vida es un constante aprendizaje, y por alguna razón pasan las cosas o nos toca estar en determinados lugares. Gonzalo Godoy vivió de cerca, en Guayaquil, La Gloriosa del 28 de mayo de 1944; en Ambato, la llamada Guerra del Socavón del 23 de agosto de 1947; en Bogotá, el Bogotazo y los disturbios como consecuencia del magnicidio al líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, ocurrido el 9 de abril de 1948. Creció y laboró con los frailes dominicos, luego laboró con los frailes franciscanos; sus exjefes ahora son altos jerarcas de la iglesia católica. En lo musical, en Guayaquil, fue amigo y compañero de andanzas y grabaciones de Julio Jaramillo, Carlos Rubira Infante, Carlos Silva Pareja, Nicolás Fiallos, Sergio Bedoya, Fresia Saavedra, los hermanos Castro, Pedro Chinga, Néstor Aguayo, Fausto Huayamabe, Abilio Bermúdez, etc. Conoció a dos Papas, conversó brevemente con Juan Pablo II; junto a Paulina Tamayo y Jesús Fichamba, tocó para el Papa Francisco en Quito, tocó en la Basílica de Guadalupe de México, en Tierra Santa, Tabgha, Belén, ¿qué más se puede pedir un maestro de capilla?
El aire típico La Romería, autores: Gonzalo Godoy, Sergio Bedoya, orquestado para ensambles infantojuveniles, desde noviembre 2021, es un repertorio que representa a Ecuador y está incluido en el cancionero latinoamericano que deben aprender los niños del sistema escolar público de Connecticut, EE. UU.
Muchas veces Gonzalo Godoy, con humildad, sin deslumbrar, desde el anonimato, desde el coro del templo, la serenata, la fiesta de “arroz quebrado” o, en contraste, en la exquisita gala, el radio teatro, el set de televisión o los fonogramas, regaló melodías, alumbró y generosamente compartió su música, su arte, sus canciones; hizo bailar o suspirar con repertorios alegres o románticos, con sentidos pasillos, albazos, pasacalles y carnavales, por lo menos a cuatro generaciones de ecuatorianos. En 27 años de trabajo en la música, en la ciudad de Guayaquil, se calcula que Gonzalo Godoy brindó por lo menos unas cinco mil serenatas. Con su acordeón también participó en Quito y Guayaquil, en los primeros programas de la televisión ecuatoriana.
Aunque todos somos uno, en el sistema social que vivimos, capitalista, egoísta, competitivo, dual, no se reconoce y valora al otro, no nos reconocemos a nosotros mismos. Este libro no habla de un santo inmaculado, sino de un ser humano, de un músico, compositor, con virtudes y defectos, con vicios y carismas, con sombras y destellos de luz. Él es nuestro reflejo, nos representa.
Este libro, obra conjunta de varios autores, es el testimonio, la huella de un músico quien, sin darse cuenta, sin proponerse, con pasión, constancia, buen humor, gratitud y humildad, supo trascender. ¿Su secreto?, SER, ser músico, músico a tiempo completo, un músico “presente”, que vive y vivió con intensidad el “ahora”, un apóstol de la belleza, un músico que sin “títulos rimbombantes”, membretes o máscaras, con pasión disfrutó de lo que hizo, con generosidad nos entregó su arte, sus canciones. Creyó en él, en su potencial, pese a las vicisitudes de la vida, se mantuvo incólume en su trinchera musical y no claudicó. Su aporte, trascendencia y legado, está en su creatividad, en sus obras, en su generosidad y ejemplo.
Mario Godoy Aguirre
Montgomery Village, Maryland, 11 de marzo de 2023